sábado, 5 de marzo de 2011

SALAMBÓ: un instante del mundo antiguo

Aunque nunca he sido fanática de las descripciones detalladas y coincido con Mario Vargas Llosa en que la historia de amor de este libro resulta insustancial y pasada de moda, reconozco que la parte épica, las batallas, los banquetes, las fiestas, las ceremonias, fueron escritas con gran maestría y (además de Tolstoi) no ha habido otros que logren recrear escenas multitudinarias con el genio con que Gustave Flaubert (1821-1880) lo hizo al describir un mundo tan distante y distinto.
Salambó es una novela histórica que muestra el esplendor de Cartago, su corte y sus grandezas, pero también nos muestra con precisión la tortura, la muerte y las atrocidades y miserias de la guerra. Con vigor e intensidad Flaubert da vida a hombres y mujeres mediterráneos que piensan y actúan como lo hacían en el siglo III a. C.: Salambó, sacerdotisa virgen, misteriosa y de excepcional belleza; Amílcar Barca, padre de Salambó y genio militar, única esperanza de Cartago para combatir a los bárbaros pero que a pesar de luchar por la república no comulga con los intereses privados del consejo de ricos y ancianos que la rigen; Matho, capitán del ejército bárbaro (antes mercenarios del ejército cartaginés, que al no haber recibido su paga luchan en contra de la república) quién también libra una encarnizada lucha interna entre el odio y el amor que siente por Salambó; y Spendius un antiguo esclavo griego que movido por la sed de venganza quiere destruir la ciudad.
Tras haber leído cientos de libros de historia de la antigüedad y una visita a las ruinas del escenario de su novela en el norte de África, donde, se dice, que para poder describir mejor el sufrimiento de los soldados muertos por hambre llegó a pasar semanas sin comer, y luego de un arduo trabajo de redacción del texto buscando infatigable “la palabra justa”, Flaubert publicó con gran éxito en 1862 una de las diez mejores novelas históricas jamás escritas.
Salambó no es una reconstrucción fiel de los hechos. Pero es verosímil. La audacia de sus descripciones nos transporta en un delirio de sensualidad, perfumes exóticos, colores antiguos y sabores milenarios. A partir de que el cristianismo puso fin al Mundo Antiguo, fueron quedando atrás los dioses omnipresentes como Moloch, Baal y Tanit, sus sacrificios y rituales paganos. Atrás quedaron las costumbres de los griegos y los romanos. Pero nada de esto se ha olvidado. Aún podemos regresar y vivirlos gracias a la escritura de Gustave Flaubert.

Mariel Turrent Eggleton